Sudáfrica celebra hoy un año del exitoso Mundial de fútbol que organizó, y 12 meses después de la cita el balance ofrece conclusiones para todos los gustos. «Fue hermoso, pero no cambió nada», cree Damiam Jikazana, dueño de una pequeña tienda de souvenirs en el Green Market de Ciudad del Cabo.
La opinión de Jikazana, de 47 años, refleja lo que muchos piensan en su lugar de origen, el township (barrio precario) de Khayelitsha. Allí esperaban que el Mundial fuera el disparador de un cambio social y del mejoramiento de las condiciones de vida, pero nada de eso sucedió. Pese a ello, muchos sudafricanos están contentos.
«El grandioso éxito del Mundial 2010 le mostró al mundo hasta qué punto son capaces los sudafricanos de alcanzar logros brillantes», opinó el ex presidente Frederik Willem de Klerk, que suele ser muy escéptico sobre la evolución de su país. «La voz de Sudáfrica pesa cada vez más en el concierto internacional», aseguró recientemente el presidente Jacob Zuma. Él sabe que, en parte, se lo debe al Mundial. La sensación de que el Mundial valió la pena se fortalece también con el creciente peso político de Sudáfrica.
A los sudafricanos les gusta recalcar que organizaron a la perfección el Mundial, que no hubo problemas de seguridad y que con su amabilidad con los visitantes se ganaron el respeto del mundo, pese a las perturbadoras vuvuzelas. Estudios posteriores en el exterior señalan, en efecto, que Sudáfrica es ahora mejor vista que antes del Mundial.